sábado, 29 de noviembre de 2014

El águila y el albatros

Ven.
El infierno acecha en cada rincón;
Tus manos tiemblan de impaciencia,
Sabes del cántico oculto tras velas
Y de la ceremonia impía de oscuras razones
Que habrá de terminar en el suave sacrificio
De tu sanidad.

Camina.
El águila se torna en presa,
El ave marina ha mutado su cuerpo
En hábil cazadora de nubes de esperanza.
Su voz atronadora, dulce blasfemia;
El beso de sus alas, lujuria y alabanza;
Y en las nubes, frágil desvelo;
El réquiem por tu inocencia
Desvalida.
La galería está siempre abierta:
El truco del espejo, disponible a tus ojos.
¿Quién se oculta?
¿Quién gesticula tan horrísonas muecas?
Ven, que las tinieblas esperan,
Ven aquí

Ven Ya.



Por Alejandro León


Espero algún día regreses a reclamarme que lo haya publicado :)

De verdad lo espero.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Vértigo

Siento que estoy caminando frente a un largo espejo que parece infinito, y que me enseña cosas oscuras, impronunciables. Y en vez de encontrar mis ojos confiados y pacíficos, del otro lado estás tú, caminando envuelto en sombras, como si llamas negras te revistieran a manera de etéreo plumaje, azabache como solo la noche sin luna o estrellas puede serlo.
Cuervo…demasiado listo para tu bien, ¿ha sido mi titilante luz la que te ha atraído a mí? No puede ser la ley de los opuestos. Tal vez sea que percibes la cantidad de oscuridad que se halla detrás de mi pequeña flama, resplandece tan fuerte tratando de no apagarse, y de tan fuerte que brilla se extinguirá rápidamente.
Eres miedo desbordado con la medida exacta de caos, materializado en ojos tristes, todo aquello que no quiero ver o pensar, reflejando continuamente la parte más profunda de mí ser. Pero mis ojos te siguen, ávidos de ver lo que ya saben, y a veces pienso que es solo un mórbido amor por tu macabro e intelectual encanto. Pero entonces mis dedos tantean el frío cristal a medida que camino más aprisa tratando de alcanzarte.
Pareces real y hueles a muerte, es un olor dulzón y cítrico, no se supone que el final tenga un aroma tan fresco y seductor. Es el olor a verdad inminente, el de una realidad limpia, sin pretensiones ni hipocresías, no es como el pútrido aroma de una planta carnívora. Y aquí estoy de nuevo tratando de razonar, pretendiendo armar un rompecabezas vacío, y entonces entiendo que se necesita más que eso para caminar junto a tal oscuridad.
Locura es lo que me habita, es tener la oscuridad a mi alrededor, consciente de que puede engullirme. Pero no lo hará, en cambio merodea sin tocarme, abrazando mi aura con toda su pesada y fría grandeza. Es suficiente para no morir, pero si para pudrirme en demencia. En cambio te veo a ti, cobijado y flotando (a veces danzando) entre tan espesas tinieblas, y vislumbro una simetría de muerte e insanidad. Suena como un plan.
Demencia crónica, locura permanente o insanidad temporal, no importa ya en realidad, porque si me detengo frente al espejo puedo ver mi luz convirtiéndose en penumbra de forma gradual. Y cómo un imán permanezco ahí observando como la negrura se cierne a mi órbita. Pero antes de fundirme a ella sigo caminando y te veo hacer lo mismo, por momentos me parece que te arrastras, luego miro más cerca y encuentro tu sonrisa secreta en los labios, entonces me siento sonreír contigo de forma inexplicable.
Que sensación tan curiosa, creo entender que eres vértigo, no eres miedo a caer, eres ese terror íntimo, tan mío a desear caer. Ni la barrera más efectiva ante un enorme precipicio puede evitar que sienta ese brutal magnetismo impulsivo de querer saltar.

Y si te rompes en mil pedazos, como el frágil espejo que eres, no quedará nada entre mi llama y aquella oscuridad que te amó. Entonces entiendo que también me amaría incondicionalmente y yo la amaría en tu lugar, así que me estremezco y camino atraída a tu pesada estela, solo puedo intuir lo que hay a tus pies, tal vez sea el bajo y oscuro borde de la vida. Me obligo a recordar que ya has muerto más de una vez, pero me inquieta no saber si volverás de nuevo para compartir tu sonrisa secreta conmigo.

lunes, 25 de agosto de 2014

Sentencia

Era una muñeca en sus brazos, una tan rota y delicada como bella y siniestra. En adoración silenciosa le miraba manejarla, manipularla, desnudarla a su antojo, develando sus secretos con insultante facilidad, sobre todo la forma en que leía en su alma aquellos pensamientos grabados a fuego y sal sobre su endeble voluntad.
Pero no había más que decir o hacer, él se había convertido en su único aliento, se aferraba a su ser tan fuerte como su perversa debilidad le permitía, ansiando y buscando el calor de sus llamas como polilla de alas dañadas, tan deslumbrada y perdida estaba que apenas si notaba la manera en que las flamas de su amor mendigado la consumían, reduciéndola poco a poco a cenizas, a nada. No importaba en realidad, siempre se había sentido nada desde adentro hacia afuera, y ahora su existencia se había vuelto tan etérea que le era imposible mirar su propio reflejo.

Y él le daba lo que necesitaba, y ella lo quería hasta la médula, amaba su oscuridad, adoraba su abrazo protector, su mirada profunda y juiciosa, su intoxicante aroma, aquella dulce y peligrosa labia que coronaba su aguda inteligencia, su estúpida y desabrida honestidad, su desconcertante forma de adorarla, su terrible vena de manipulador, su actitud de jugador experto, la forma en que la tranquilizaba, o la manera en que la agitaba aún sin quererlo. La verdad es que podía tanto enfriarla como calentarla de un segundo a otro. Y ahí estaba él: jugando como un niño con el termostato que ella buscaba tan desesperadamente mantener en rojo, y aun cuando la arrastraba al punto de congelación, ahí estaba ella de nuevo pendiendo de un hilo, sabiendo que un grado menos significaría la muerte; pero él nunca le permitía tocar fondo y en cambio la elevaba de nuevo en un súbito vuelo, digno de un águila. Y cuando se acostumbraba a la seguridad de sus alas nuevamente la dejaba caer de forma lenta y cada vez más profunda.

Sabía que algún día ya no regresaría desde las alturas por ella, algún día le dejaría a su suerte, para alcanzar por fin el fondo de su miseria, y asi terminar de romperse, solo entonces sería el fin; y era precisamente aquel pensamiento el que le consumía viva cada eterna y fría noche, cada mañana de luz mortecina. Envolviéndola cada vez en una manta de tibia ansiedad que la mantenía siempre al borde, como un hilillo de esperanza resbalando entre sus dedos a medida que caía de nuevo. Siempre era lo suficientemente fuerte como para aferrarse, y a la vez demasiado débil como para dejarlo ir. No era dueña de si, y quien sabe si volvería a serlo algún día, la única prueba de vida existía solo en su mente, pero se trataba solamente un susurro, una oración íntima que se proyectaba desde el fondo de su ser, formando un interminable eco y haciendo mella en su alma: “Dame una sentencia: dame muerte o dame vida. Pero dámela ya”