Eres la noche, llena de mil estrellas, mi cuerpo quebrado en astros.
El cielo nocturno que me envuelve y sostiene en el infinito.
Y tú eres mi recoveco, mi hogar, el calor de hoguera en tan helado invierno.
Un aullido desde el claro me despierta, pero no es violento, es tan suave, profundo, triste y no es abrupto, es más bien un lento crescendo que me arrulla como abrazos y caricias. Llenando mi noche oscura, cantando a mi alma un dulce y amoroso anhelo.
Pero no eres la noche, eres el día, el mismo sol disfrazado de madrugada, tratando de no aluzar mi rostro para no ahuyentar mis estrellas.
Atrasando la aurora, disfrazando la mañana, para mantenerme a tu lado.
Y si me encuentras de madrugada, donde no es tu reino ni el mío por completo.
He de quedarme congelada en el contrapunto del alba.
Te dejo la brisa de la mañana, el rocío nocturno, has de llevártelo con tus primeros rayos, son tuyos. Y son frescos recuerdos, saludos, besos, dedicados a ti.
Presta atención a la melodía de las aves, aquellas que cantan poco del amanecer, llevandote el verdadero mensaje de la noche:
Aunque no esté contigo. Te extraño, te pienso, te siento, te amo.
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