jueves, 13 de septiembre de 2018

Supernova

Y me encuentro sumergida en la oscuridad, en silencio y en paz; sin deberle nada a nadie.
Mis únicas deudas son de gratitud: al planeta, al universo y sobre todo conmigo.
En las profundidades de la noche uno mismo se encuentra desorientado; si por un momento te relajas lo suficiente y olvidas donde estás, dejas de notar donde es arriba, donde es abajo, derecha e izquierda, todo eso deja de importar.
Y uno se pregunta, si el miedo a la oscuridad no será algo mas que un rasgo atávico o si el excesivo pudor y censura en torno al sexo no es algo mas que modesta virtud. 
Ambas cosas, en un momento fugaz nos pueden hacer olvidar donde comenzamos, y donde terminamos con la oscuridad o con el otro. 
Será que todo fluye a través de nosotros o acaso nos envuelve hasta fundirse.

Entonces sucede.

Por un segundo alcanzo a distinguir el horizonte, iluminado fugazmente por relámpagos lejanos que encienden el cielo nocturno, con sus nubes, el mar y árboles.
Esa luz terminó por romper el hechizo. De nuevo soy  solo yo, mirando por la ventana sin saber lo que estoy viendo, solo sintiendo.

Asombrada me doy cuenta: es la luz las que nos hace de nuevo individuos de carne, solos y finitos: supongo que así es como nace un pensamiento radical que lleva a desvaríos y fanatismo. Pero siempre me he jactado de ser equilibrada, ecuánime y neutra, aun en medio del desequilibrio, aun en medio de la locura y el caos.

La luz es vital, es hermosa. Pero la oscuridad me parece cada vez mas real e infinita. Y el infinito ha sido mi constante búsqueda desde temprana edad. Tal vez también por eso siempre he encontrado tanto amor por el mundo onírico. Donde soy libre, donde soy yo, sin obstáculos ni limites.

Los relámpagos son hermosos, al menos observados de lejos, ya que estar bajo su fuerza debe ser un infierno mortal y cardiaco. El fuego es tan bello, ardiendo mientras a fuerza consume algo para existir, y observarlo puede ser tan hipnótico, sin mencionar las bondades que nos brinda para sobrevivir. Pero estar dentro de él, podría ser el peor dolor y la peor muerte si no tienes la suerte de morir asfixiado antes.

Tal vez la verdad esté en las profundidades de la pemumbra; por eso el alma vieja lo busca y añora como a un amigo, no le teme, pero si desespera y está dispuesto a dejar de brillar para encontrarle; lo que no sabe es que esto le hace brillar con mayor intensidad: como la estrella al borde de la muerte, a punto de ser parte del infinito.
Y el miedo a la profundidad, a la oscuridad, es de un alma joven, es el miedo a regresar a sus inicios, a redescubrirse a si mismo. Quiere brillar por miedo, pensando que así alejará la oscuridad, sin comprender que esto le hace brillar menos.

Ambos deberán encontrarse, aprender y entender que no "son" sino que "somos".
Y solo en el "somos", brillamos de verdad.